2.362 – Intercambio de flujos

antonio serrano cueto  Por más experiencia y pericia que mostrase en el manejo del remo, el gondolero era incapaz de bogar contra la corriente pujante del Sena. A una distancia de apenas cincuenta metros del Pont des Arts, el veneciano tomaba conciencia de que flotaba sobre un animal imprevisible, de lomo ondulado y fuerza descomunal. Entre el asombro y la inquietud, los cuatro pasajeros le exigían explicaciones, dudando de su capacidad resolutiva ante tan incierta situación. Arriba, en el puente, se agolpaban los curiosos con cámaras fotográficas que abrían sus laberintos digitales para captar la insólita navegación. Aturdido, sudoroso y cansado, pensaba ahora en su laguna apacible y sumisa, derramada en canales seguros y surcada por puentes pequeños. Justo en ese instante, en el Gran Canal de Venecia decenas de pasajeros de un batobus parisino lanzaban voces interrogantes, entre el asombro y la inquietud, contra el cielo acristalado de la nave. Capturado en las pantallas digitales, el piloto se preguntaba, aturdido, sudoroso y cansado, si el gálibo del puente de Rialto tendría la altura suficiente.

Antonio Serrano Cueto

2.298 – Un día de sol

antonio serrano cueto  Lejos de la carretera y los caseríos, flanqueada por roquedales que inunda la pleamar y sin accesos visibles en la bajamar, Cala Dorada, llamada así porque el crepúsculo baña con oro la espuma de las olas, es frecuentada por una veintena de nudistas que han
sellado un pacto de silencio, a fin de mantener la playa alejada del conocimiento de los mortales. Cada año, al cumplirse el aniversario del naufragio, acuden allí desde lugares remotos y entregan por unas horas sus cuerpos salitrosos a los rayos del sol.
El fragor de las olas, el bramido rasante del viento y la queja solitaria de alguna gaviota ponen música al silencio sepulcral de los nudistas. Cuando el sol comienza a humear por Poniente, levantan sus cuerpos descarnados, se miran melancólicos y regresan a las profundidades.

Antonio Serrano Cueto
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010

1.816 – Vecindad

antonio serrano cueto  Seamos sinceros. A pesar de que siempre coincidimos en el ascensor, entre usted y yo no ha fraguado una verdadera relación de vecindad. No digo que no hayamos cruzado algunas palabras, pero, si usted analiza bien esos encuentros ascendentes y descendentes, nos hemos limitado a convenir sobre el estado del tiempo y a veces, como signo de variación, a cotejar el pulso horario. Todo ello impuesto por ese incómodo silencio que se apodera de los espacios demasiado estrechos, donde las respiraciones se tocan sin pretenderlo y las miradas se evitan sin lograrlo.
No, ese no es nuestro caso. Nosotros jamás bajamos la mirada. Yo lo miro a los ojos y usted me corresponde, siempre me corresponde. Sin embargo, algo molesto, como una lámina de azogue, se ha interpuesto siempre entre nosotros. Y le confieso que en todo estos años, y muy especialmente cuando me correspondió por turno rotatorio ejercer de administrador de la finca, me hubiera gustado verle alguna vez en las reuniones de la junta de propietarios. Créame, son un buen termómetro de la temperatura del estado vecinal y un estupendo campo de cultivo de alianzas ?y también de enemistades y sinsabores, por qué no decirlo? que surgen en la defensa o el rechazo públicos de una propuesta. Connivencias sobrevenidas en algún punto del orden del día con el oficinista del primero izquierda y la universitaria del cuarto derecha nos han allanado el camino para compartir más tarde otras actividades de la común convivencia, como las compras en el supermercado y el disfrute de alguna que otra velada festiva en las noches estivales del barrio.
Le digo todo esto y pienso que quizás usted sea de esas personas que desdeñan las juntas por considerarlas inservibles pero, no obstante, no renuncian a su derecho de exigir que el edificio funcione perfectamente.
Lo admirable, lo que no deja de sorprenderme, es que sea usted tan semejante a mí en los perfiles humanos, y me cuesta creer que no podamos llegar a ser incluso mucho más que vecinos. Es posible que la solución sea romper la barrera que se empeña en separarnos, este maldito espejo que tantas veces nos acerca y otras tantas nos distancia en el ascensor.

Antonio Serrano Cueto

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1.793 – El deseo

antonio serrano cueto  Imagino que a usted le gustaría entrar en el establecimiento, curiosear por los expositores, tocar esa mercancía tan provocadora, conversar con la joven rubia que le está invitando a pasar desde el fondo y que, cada vez que alza la mano, deja al descubierto un dragón azul ovillado en torno a su minúsculo ombligo. Imagino que no es la primera vez que sucede, porque usted parece uno de esos tipos que viven en una encrucijada constante, dubitativo en la antesala de las dos puertas en litigio: la del deseo y la de la renuncia. Imagino que buena parte de su vida ha consistido en ignorar los arrebatos de la química por obedecer sumiso las leyes estables de la física. Imagino que no habría sido distinto si hoy se hubiese usted escapado del grupo, tomado el metro hasta Blanche y caminado solo por el bulevar de Clichy, porque, en lo tocante al deseo, no hay testigo más incómodo que uno mismo. En fin, imagino que la señora que le tira con fuerza del brazo para conjurar sus malos pensamientos ante el escaparate del Musée de l’Érotisme es su querida esposa, la misma que un día le confesó que no quería morirse sin haber visto París.

Antonio Serrano Cueto
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1.778 – La tentación espera arriba

antonio serrano cueto  Cada domingo después del oficio, media docena de demonios, enanos y alborotadores, vuelan desde una de las muchas puertas del Infierno hasta la calle donde vive el padre Damián y lo esperan ansiosos delante de la puerta de su apartamento. A pesar de su avanzada edad, el sacerdote sube los sesenta y seis peldaños con energía juvenil, sujetando en una mano la bolsa con el almuerzo que le ha preparado doña Amparo, la mujer del sacristán, y con la otra, los negros bajos de la sotana.
Cuando llega al rellano, mira a los demonios de reojo, saca un tarrito con agua bendita y traza una frontera líquida en el umbral de la puerta. Los demonios escupen una retahíla de blasfemias en latín y se golpean entre ellos con saña, pero el padre Damián, que ya hace tiempo se conduce inmutable ante los desaires del Maligno, cierra la puerta altivo y se aplica religiosamente al condumio. Es una escena cotidiana, repetida después de cada misa dominical en los últimos veinte años.
En contra de la creencia popular, los demonios tienen una paciencia finita. Hartos de los desplantes semanales del viejo cura, acaban desistiendo del asedio y deciden marcharse para siempre en busca de otro ministro de la Iglesia más vulnerable. Con torpe revuelo de alas y cuernos desaparecen por el alto ventanuco que ilumina las escaleras.
Hace ya un mes que el rellano está vacío, mas el padre Damián sigue fiel cada semana a su rutina: llena su tarrito en la pila de agua bendita, recoge el almuerzo de manos de doña Amparo, recorre la poca distancia que media entre la parroquia y el portal y, balanceando la bolsa en una mano y sujetándose con la otra los negros bajos de la sotana, va subiendo hacia el rellano. Pero cómo suda y jadea ahora por esas escaleras de Dios.

Antonio Serrano Cueto
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1.767 – El fotógrafo

antonio serrano cueto  Al cabo de una sesión vespertina agotadora, el viejo fotógrafo recoge su equipo, se pone la gabardina y se despide de su ayudante y de la joven modelo, que ha entregado sin descanso su cuerpo desnudo a la mirada focal del artista. Abandona el estudio y camina hacia su apartamento. Sabe bien que el lastimero maullar de los gatos que lo acompañan por el callejón presagia una noche de tormenta, y que en esas noches merodea cerca el asesino. Piensa en la joven, en su obstinado propósito de alcanzar la fama antes de cumplir los veinte años. La luna desaparece detrás de las nubes y la silueta de la ciudad se esfuma con la primera lluvia. El fotógrafo, que empieza a sentir el cansancio de mantener dos oficios, se refugia en las sombras y aguarda.

Antonio Serrano Cueto

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1.590 – Los fantasmas de internet

antonio serrano cueto Con puntualidad asombrosa, a las 00,00 horas, justo en el gozne del ayer y el hoy y del hoy y el mañana, Matías recibe en su blog el mismo comentario-advertencia de su esposa Adela:
– Matías, cuídate de los fantasmas de internet.
Y todas las noches Matías teclea la misma respuesta:
– Adela, querida, veo que no has cambiado nada: sigues con las mismas aprensiones que en vida.

Antonio Serrano Cueto
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1.525 – Pedro Lapso y la fuerza gravitatoria

antonio serrano cueto En la víspera del nacimiento de su primer hijo, a Pedro Lapso se le cayeron varios objetos de las manos. Los más eran menudencias recuperables y su caída no produjo ningún quebranto.
Sin embargo, otros eran objetos valiosos que estallaban con estrépito y pasmo. Era como si la fuerza gravitatoria se hubiese empeñado en demostrarle su omnipresencia. Asustado y temiendo males mayores con el niño, Pedro Lapso se amputó los brazos. Por eso no pudo evitar, aun estando a su lado, que a su mujer se le escurriese el bebé.

Antonio Serrano Cueto
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1.438 – Deseo

antonio serrano cueto Un hombre mira con deseo a una mujer en la terraza de un café. Se fija primero en la abundancia de su cabello dorado y, al instante, la mujer luce una calva rutilante.
Luego busca el pozo de sus ojos, pero el ojo izquierdo de la mujer se desvanece bajo la piel. Apenas dirige su mirada hacia la boca, se admira de que los labios se esfumen sin dejar rastro. Entonces baja la mirada por el cuello hasta donde le permite la mesa que ella ocupa. Se detiene allí, confiado en que no será posible que desaparezcan tan señaladas turgencias. Sin embargo, al punto advierte que sus ojos resbalan por una escueta llanura. Antes de abandonar el café, el hombre se da cuenta de que ella lo mira fijamente con su único ojo. Corre despavorido a su casa echando en falta el aliento. Al abrirle la puerta, su mujer le pregunta dónde diablos ha dejado la boca.

Antonio Serrano Cueto
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1.368 – Sin perdón

 El día de mi funeral, nadie vino a consolarme. Mis amigos pasaban por delante de mis narices con cara de afligidos, pero besaban a mi esposa y a mis hijos como si ellos tuviesen alguna parte en este oscuro viaje. Jamás perdonaré tanto abandono.

Antonio Serrano Cueto
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