2.332 – El cielo está alquilado

octavio robleto22  ¡Tan tan!
-¿Quién es?
-Un alma caritativa.
-¿Deseaba pasar?
Sí. Vengo de la Tierra.
-Lo siento… pero el cielo está alquilado.
-¿Cómo me dice usted eso? ¿A mí, que tengo privilegio de reservación? He dado mi cuota correspondiente cada día que pasaba. ¡Hasta tengo intereses acumulados! Debe haber un error. ¡Revise! ¡revise! Lo suplico. Además, tengo derecho a explicaciones.
Silencio.
-¿Cómo dijo llamarse?
-(Con furia) ¡Eso qué importa! ¡Soy un alma caritativa!
-Realmente vienen pocas. Pero su nombre no aparece.
-(Irónico) ¡Si debería estar en letras de oro!
-El oro aquí no cuenta. Para escribir usamos las plumas viejas que se les caen a los ángeles y las untamos con tinta roja, indeleble e inagotable…
supongo que conoce la historia. –
-Sí la conozco. ¿Pero qué pasa que no abre?
-Ya se lo dijimos… el cielo está alquilado. Hay tanta demanda que apenas para nosotros queda un rinconcito. Tenemos muchos compromisos. Le quedan dos opciones: hacer una espera en el purgatorio o regresar a la Tierra. Nosotros siempre cumpliremos su solicitud de reserva.
-¡Pero si la Tierra es un infierno!
-Cierto. ¡Y aquí, por el momento, los del infierno no tienen entrada!

Octavio Robleto
Cuentos de verdad y de mentira. Ed. Nueva nicaragua – 1986

2.171 – La Maclovia

octavio robleto22  De la Maclovia todos pretendían reírse, pero al mundo en que ella vivía la burla no llegaba. -Maclovia, ¿cómo es tu novio?- le preguntaban sus patrones.
-Baila como un bejuco- respondía, aunque la respuesta no tuviera relación aparente con la pregunta.
-Maclovia, te invitamos a un paseo.
-No, yo no salgo, porque hoy te invita y mañana timbita.
Todos los dichos, acotaciones y sentencias de la agraciada sirvienta eran comentados por la familia.
Establecían repertorio infaltable con las visitas de la vecindad. A veces era requerida, disimuladamente, para que asistiera a reuniones donde ella sería el centro de curiosidad y desahogo.
No llegaba.
Cuidaba las gallinas y los pollos. Divertía a los niños. Desgranaba maíz. Echaba las tortillas ¡y qué tortillas! Finas, suaves, con adornos de los dedos puestos en los bordes.
La llamaban:
-Andá a recoger los huevos; llevate esa canasta. Regresaba con la canasta llena. -Contalos.
Y ella no sabía contar, ni leer, ni escribir. -Uno, dos, tres…-hasta allí llegaba para continuar sacando huevos y especificando:
-¡Ai va otro, aivotro, aivotro.. . !
Bajo la sonrisa y la mirada patriarcal de los abuelos.

Octavio Robleto
Cuentos de verdad y de mentira. Ed. Nueva nicaragua – 1986