3.637 – Lo típico

  «Lo típico», acerté a responder cuando Eva me preguntó en el recreo que qué me habían traído los Reyes. Por suerte a ella los Magos le habían puesto un movil de última-nueva-súper-mega generación que la tenía bastante entretenida y no pidió muchas mas explicaciones. «Lo típico». Se me escapó una sonrisa. Aquellas Navidades habían sido de todo menos típicas:
Después de dos años viéndose a escondidas, que ella cree que no, pero yo sé que si, mamá pensó que la cena de Nochebuena era el momento indicado para presentar a la familia a su novio Eduardo que llegó sonriente y ya nunca mas se fue. El que retiró mas temprano de lo normal aquella noche fue el tío Gerardo. Cuando fui a buscar la bandeja de los turrones a la cocina escuché a tía Berta decirle a mamá, «de saber que Eduardo era el antídoto contra el cuñadisimo, te lo hubieras traído antes». Ambas se rieron.
Eduardo es médico pero no tiene trabajo así que desde Nochebuena ha tomado el mando de la casa. Cocina medio bien y hace un chocolate exquisito con una pizquina de sal con el que Martina se relame. Y él sonríe al verla disfrutar. Es un año y dos meses mayor que mamá pero no lo parece y menos cuando sonríe. Yo no le creía la edad hasta que me enseñó el pasaporte.
-¿Ves? 16 de julio de 1969″.
-Jo, pues pareces mas joven.
-Gracias… Muchas gracias, pero esto último no hace falta que se lo digas a tu madre.
Y vuelve a sonreír, reímos los dos.
Me cae bien porque canta mientras cocina, porque tiene a mamá entretenida y por su sonrisa enorme. A mamá… bueno ya os podéis imaginar a mamá lo bien que le cae Eduardo.
Y Martina… La verdad es que Martina está encantada porque cree que desde Nochebuena vive con nosotras en casa el Rey Baltasar.

Aitana Castaño Díaz
http://sairutsa.blogspot.com.es/2016/01/lo-tipico.html

2.872 – La tumba de Camila

aitana castano  Camila, la hija mayor de Don José Rodríguez Rico, murió con 13 años el 13 de diciembre de 1913. El óbito se produjo a las 13 horas (aunque esto en Luarca no lo sabían al no existir todavía en la villa los relojes digitales). Camila murió, pues, a la 1 de la tarde y hasta bien entrada la noche las campanas de la Ermita del Nazareno no dejaron de sonar. Don José Rodríguez, armador y dueño de la mitad de las acciones del Ferrocarril del Norte, le había pagado la cantidad de 20 reales a los cuatro chicos de la finca de Almuña para evitar el silencio del campanario. Esas campanas eran las únicas de la villa que se escuchaban siempre (daba igual de donde soplara el viento) desde la habitación de Camila en el último piso de la fantástica Villa Excélsior a donde su familia se había mudado catorce meses antes del fallecimiento de la chica. Eran las únicas que se oían en aquella estancia luminosa y bajo la cúpula en donde pasaba los días enferma Camila y eso bien lo sabía el joven Nicanor, que no quiso los cinco reales que le hubieran correspondido por tañer las campanas de la ermita del Nazareno, aunque él fue, de los cuatro de Almuña, quien más hizo doblar aquella tarde las campanas del templo. Los demás no lo vieron pero lloró durante todo el tiempo. Cansado de brazos y alma esa noche volvió a casa con la secreta y firme intención de marcharse muy lejos, a Cuba.
Don José, al que tanto había temido cuando se colaba entre los muros de Villa Excélsior para ver a Camila y robarle besos, le ayudó en todo. Le dio un pasaje en uno de sus barcos y contactos suficientes para hacerse una vida muy lejos, en Cuba.
Antes de embarcarse acudió con él al cementerio. Rezaron. Al marcharse, en silencio, Nicanor sintió una mano sobre su hombro derecho:
«No la olvides»
«No podría»
Ellos dos son los únicos que saben el secreto de la inscripción en la tumba de Camila y a la que todo el mundo le busca un significado místico. Pero G.I.E.D., que es lo que trae en letras bien grandes sobre mármol gris la lápida de Camila, es la manera en que ambos la querían: «Guapa, Inteligente, Enamoradiza, Dormilona».
(*Esta historia no es verdad, es el mosaico literario que se formó en mi cabeza tras un fin de semana en Luarca de mil conversaciones y abrazos acopiados para vencer al tiempo y al espacio. Y también es la respuesta que necesita una amiga que no duerme si se queda con la duda de saber qué significa GIED).

Aitana Castaño
http://sairutsa.blogspot.com.es/2016/01/la-tumba-de-camila.html

2.858 – Colás y la moneda del miedo

aitana castano  Levantó la mano para enseñarme la moneda.
-¿La ves? Diomela mi pa antes de marchar a París. Diomela y nun me dio un besu porque los paisanos entonces nun daben besos. Nunca más volvimos a hablar de él en casa. Mi ma no nos dejaba. Y mi güela menos. Un día pillome mirando la moneda y me la quitó de la mano de una hostia. «Nunca más, ¿me oyes?. Nunca más». Taba tan enfadá que nun se dio cuenta de apañala de debajo la cama. Garrela yo y guardela encima de la viga del desván. Yo a veces metíame en la cama con el mi hermanu y preguntabai. «¿Cómo era? ¿Cómo hablaba?». «Era altu y hablaba bajino, pero quítate pallá, Colás, rediós, qué manía tienes de preguntar por él, como nos pille güelita mátanos a los dos. Además, ¿qué ye que tu nun te acuerdes? Pues bien que guardes la moneda que te dio, que lo sé yo, encima de la viga del desván». Yo, la verdad, acordábame de él al principio. Depués veníenme ráfagues a la cabeza de su voz, del su olor, de la su risa, pero nun yeren recuerdos, yeren sensaciones. ¿Me explico?. Asi tuvimos 38 años en mi casa. Sin hablar de él nunca, nunca más. Nun sabía de qué teníen mieu los demás, yo tenía mieu a que mi güela me volviera a dar una hostia…Y pel medio reímos, bailemos, y hasta me casé con la rapaza más guapa de la Pola y tuve dos guajes…

Aitana Castaño
http://sairutsa.blogspot.com.es/2015/11/colas-y-la-moneda-del-miedo.html

1.332 – Saltos*

 Mira por donde, el jersey de lana que su tía Carmina le había metido en el bolso a última hora, iba a servir para algo.
-¿Qué haces, tía? ¿Un jersey? Pero que voy a Australia, que allí ahora es verano, que no me va a hacer falta.
-Dice ella que verano, ¿pero vamos a ver, mi alma, cómo va a ser verano si estamos en enero? Tú cógelo, que para eso lo hice, y si no te vale, pues lo guardas para cuando vengas….Dice que verano…¡esta chavala está fatal!-había sentenciado la tía Carmina antes de darle un billete de cincuenta euros y pedirle que se cuidara mucho.
En casa no hubo grandes despedidas. Todos se habían prometido en la cena de Navidad que nada de escenas dramáticas. Ella se iba a trabajar a la otra esquina del mundo sí, pero no le quedaba otra. Además, con internet, se verían todos los días.
Ni su licenciatura superior en la Escuela de Minas ni sus ocho años de trabajo en una constructora le habían servido para labrarse un futuro estable hasta ese momento. Estaba harta de cobrar dos duros por currar lo suyo y lo de los demás. Así que cuando recibió el correo electrónico con la oferta de trabajo no se lo pensó mucho. «Empresa australiana precisa Ingeniero Superior de Minas para proyectos relacionados con la captación de aguas subterráneas». ¡Perfecto!. Su proyecto de fin de carrera la había hecho toda una experta -y enamorada- en la materia y su nivel de inglés era más que aceptable. El sueldo acabó por convencerla: 63.000 euros brutos al año durante seis años y dos viajes a España pagados por la empresa, uno en verano y otro en Navidad.
Y allí estaba, solo dos meses después de responder aquel correo electrónico, en un avión camino de Sidney.
-¿Eres Violeta Morales?
-Sí, sí, sí…-titubeó ella que se había quedado absorta mirando por la ventanilla.
-Vente para atrás con nosotros, llevamos dos horas calculando quién de todas las mujeres que van en turista sería Violeta Morales y por fin te encuentro. Ya pensábamos que no existías. Por cierto, me llamo Esteban, y no te asustes, no ha pasado nada, somos compañeros de trabajo. Yo y aquellos cafres del fondo que oyes gritar. Pero coge tus cosas y vente para acá que tienes mucho que oír. ¿Sabes cocinar? Esperamos que sí, eres la primera asturiana del grupo y la verdad, una fabada no vendrá mal de vez en cuando.
Esteban encadenaba un tema con otro y apenas la dejaba responder. Cuando se dio cuenta él ya llevaba su equipaje de mano hacia la cola del avión.
-¿Tendrás algo para taparte, no? Es que atrás hace un frío que pela.
Violeta abrió el bolso y con la mano derecha tocó el suave jersey de lana gorda de su tía Carmina.

Aitana Castaño Díez

http://sairutsa.blogspot.com.es/2012/01/saltos.html

(*Para los que cruzáis charcos y sueños en busca de un futuro mejor)

1.261 – ‘El Daglas’

 Sufría por verle desnudo, cubierto de una pátina de carbón, mientras el resto de compañeros hacía bromas en las duchas.
Quería besarle y limpiarle, con delicadeza, la línea negra que le quedaba en los ojos porque nunca tenía tiempo para pararse a quitarla. Ernesto, que iba para cura, dejó el seminario y entró en la mina para estar al lado de Joaquín, que era también «El Paletu» por parte de madre y «El Daglas» por su parecido con el actor. Y así estuvo, cinco, diez, quince años…Fue el padrino de su boda, aguantó estoicamente la temporada que al otro le dio por ir de burdeles. «Ernestín, cagondiós, ven conmigo, que no se entera nadie»; y lo abrazó fuerte la tarde que, en el embarque, les sorprendió una ración de grisú que casi no cuentan. «¿Qué se te perdió a ti en Alemania, Ernestín, no me jodas?», le replicó pocas horas después en la barra de Casa Miguelo. «En Alemania nada, pero como siga aquí mirándote a los ojos acabaré perdiendo la cabeza», pensó mientras bebía la última caciplá a su lado. No hubo más palabras. Un billete de autobús le dejó en la Zentraler Omnibusbahnhof. Lo primero que vió fue el cartel del último estreno cinematográfico: «There was a Crooked Man…», protagonizado por Henry Fonda y Kirk Douglas.

Aitana Castaño Diaz
http://sairutsa.blogspot.com.es/2012_07_01_archive.html

No debería haber teléfonos en el hogar de un minero

aitana castano Marisa no tuvo que levantar el auricular para saber lo que le iban a decir al otro lado del hilo telefónico: eran las cuatro menos diez de la madrugada y Jaime estaba en el pozu… pero lo levantó. —Marisa, oye mira que soy Serafín, ¿tas bien?, vete a buscar a la mi muyer, nun tes sola, ye que mira… Marisa oye dime algo… Marisa colgó el teléfono sin decir nada, arropó a Jacobo que dormía en la cuna y comenzó a llorar. Al poco, sonó el timbre. Eran las vecinas. Ellas tampoco dijeron nada.
Aitana Castaño