1.847 – Había una vez..

enrique del acebo  Había una vez que se encontró con otra, y juntas hicieron las veces de una gran amistad. Se veían de vez en cuando, pero siempre era motivo de alegría: una y otra vez agradecían encontrarse.
Pero otra vez interrumpió tan buena relación de iguales, tratando de formar parte del grupo. Tal vez no era conveniente ni deseable. «¡Otra vez lo mismo!», se dijeron ambas. Pero ya no era igual. A la larga, muchas veces se veían pero solo dos veces se miraban. Es que la amistad, a veces, es única.
Como la primera vez.

Enrique del Acebo Ibáñez
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010

1.844 – Naufragio

Francisco Rodriguez Criado3BIS  Después de pasar toda la noche braceando en las frías aguas del Atlántico, llegó exhausto a la orilla justo cuando empezaban a clarear las primeras luces de la mañana. Exhausto, se arrojó sobre la arena y, palpando tierra seca, se echó a llorar de rabia y alegría: sabía que estaba a salvo. Cuando se giró para maldecir a ese desaprensivo océano que había tratado de acabar con su vida, vio que allí no había agua sino un inhóspito e interminable desierto. ¡Un desierto! El náufrago se echó a llorar de nuevo. Pero de repente vislumbró a lo lejos un reluciente oasis. Venciendo al cansancio, empezó a correr en dirección hacia el oasis. El suelo, duro y agreste, lastimaba sus pies desnudos. Loco de emoción -el objetivo estaba cada vez más cerca-, el náufrago recobró la creencia de que la felicidad es posible. Aquel pensamiento no duró demasiado, porque a pocos metros de alcanzar el oasis el desierto se cubrió nuevamente con las frías aguas del Atlántico. Su vida volvía a correr peligro.
Tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para bracear por segunda vez hasta ganar la orilla. Afortunadamente, en esta ocasión las olas jugaban a su favor. Y también por segunda vez alcanzó la arena, tumbándose sobre ella, más exhausto aún si cabe, ahora con más rabia que alegría, prometiéndose no abrir los ojos bajo ningún concepto. Y en esa posición hubiera estado un día entero de no ser porque su mujer entró en la habitación, vistiendo una raída bata de color fucsia, los rulos en la cabeza y los brazos en jarras, para preguntarle, airada, si tenía pensado quedarse toda la mañana del domingo en la cama, o si por el contrario iba a levantarse de una vez para ayudarle en las tareas domésticas.
El hombre, incapaz de seguir escuchando la voz agreste de su malhumorada esposa, por la que ya no sentía sino hastío, se tapó los oídos y hundió el rostro en la vivificante arena.

Francisco Rodriguez Criado
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010

1.843 – La memoria de cristal

Javier Puche  Tras el Apocalipsis, un radar enviado desde Júpiter para confirmar la extinción del hombre, desciende con lentitud hacia las profundidades del Océano Pacífico, donde algo parece latir. Y es que abajo del todo, en mitad de un silencio vagamente iluminado por criaturas abisales, el único espejo que la gran explosión no ha logrado romper emite en orden cronológico, antes de apagarse para siempre, todas las imágenes que componen su memoria de cristal, demorándose en aquéllas donde aparece la mujer que lo tuvo en su alcoba hasta el fin, una joven risueña que ya no existe, aficionada a bailar desnuda ante él ciertas noches de verano, cuando todo era posible todavía en este rincón de la galaxia.

Javier Puche

1.842 – No habría sido igual…

Ruben Abella  No habría sido igual sin la lluvia.
La tormenta se anunció como un redoble de truenos que hizo temblar los cristales del ómnibus. Luego el cielo ennegrecido se abrió de par en par y vomitó un aguacero apocalíptico. Los goterones cayeron con furia sobre el techo metálico, emulando el fragor de la tronera, tapando los agónicos esfuerzos del motor. En pocos instantes el mundo quedó oculto tras un velo empapado y gris.
Entrando en el pueblo el chaparrón perdió fuerza. A través de la ventanilla empañada Tina observó a la gente buscando refugio, a los niños jugando en los charcos, a un hombre en bicicleta con la cabeza cubierta con una bolsa de plástico. Ya en la estación vislumbró la borrosa figura de su amante bajo un paraguas rojo, y el cuerpo se le estremeció.
No, recuerda hoy Tina con añoranza, no habría sido igual sin la lluvia.

Rubén Abella
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010

1.841 – El chat

teleVISOR  -¿Ya te lo has quitado todo? -le preguntó a aquella extraña a través del chat.
-Solo me quedan las medias -tecleó ella, excitada.
-¡Quítatelas, rápido! -le ordenó, subrayando su exigencia con un golpe en la mesa, como si fuera el signo exclamativo al final de una frase.
-Lo siento, he oído algo, debe de ser la puerta de su despacho, adiós.
-No me dejes a medias -suplicó él.
La mujer abandonó el chat rápidamente. El hombre cerró su ordenador y salió enfurecido, aunque entró en el dormitorio de puntillas para no despertar a su mujer. Bajo las sábanas, la luz tenue de un monitor iluminaba el gotelé de las paredes.

Manuel Sanchez Vicente
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010

1.840 – Mi brazo fantasma

oscar sipan3  Desde que perdí el brazo izquierdo en un accidente de moto su presencia es más real. Resentido con el mundo por su nueva condición de fantasma, mi brazo se ha vuelto retorcido y caprichoso: exige tocar la guitarra dos horas al día, hacerse un tatuaje de un Cristo yacente y golpear al guardia que nos multó; me amenaza con un dolor intenso si no secuestro a la vecina del quinto que tanto nos gusta.

Óscar Sipán
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010