2.000 – Tortugas y cronopios

julio-cortazar5_b  Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que se encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

Julio cortazar

1.999 – Géneros

Muñoz Rengel  En el planeta Axz, él es quien queda fecundado, quien protege los huevos en su bolsa incubadora, y quien alimenta a las crías con sus dos hileras de mamas después de la eclosión. Ella deposita los huevos maduros dentro de la bolsa de él, para que los fertilice. Pero su naturaleza la inclina a la caza y a las expediciones en las vastas llanuras de zinc. Su armadura de placas es más resistente, y los anillos óseos de su larga melena están naturalmente diseñados para la guerra.
En el planeta Zxa todo es igual. Si bien, en su extraña lengua, a él lo llaman ella , y a ella él.

Juan Jacinto Muñoz Rengel
El libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013)

1.998 – Primer amor

millas23  Había en mi barrio una chica manca a la que sus padres habían regalado un brazo de madera con el que solía jugar como si fuera una muñeca. Le daba de comer y luego lo ponía a dormir sobre una especie de cuna alargada y estrecha en la que la mano hacía las veces de cabeza. Se trataba sin duda de un juego algo macabro al que nos llegamos a acostumbrar, sin embargo, con una naturalidad sorprendente. Pasado el tiempo, todos contribuíamos al cuidado de aquel miembro y a veces gozábamos del privilegio de que la manca nos lo prestara un día o dos. Cuando me tocaba a mí, lo metía en casa a escondidas y dormía abrazado a él: aquella chica me gustaba muchísimo y tuve mis primeras experiencias sexuales con su brazo, más cariñoso que los de carne y hueso que amé después.
(Por si el lector no lo ha advertido, estoy hablando de un barrio muy pobre, en el que ni siquiera había bicicletas. Teníamos, en cambio, varios cojos que nos prestaban sus muletas para hacer los recados.)
Con el tiempo me hice novio de aquella chica y un día, sin haber llegado a pedir su mano, logré que me regalara su brazo. Mi madre, quizá por celos, no se llevaba bien con él y tenía que esconderlo debajo de la cama. Pero por la noche lo rescataba y dormíamos juntos, yo acariciado por su mano torpemente articulada y él protegido por mi cuerpo. Más tarde le puse una manga de seda, muy excitante, que logré coserle con grapas al muñón. Excuso decir que mi interés por la manca decrecía a medida que me enamoraba de su brazo. Finalmente rompimos y ella me exigió que le devolviera las cartas y todos sus regalos, incluida la extremidad. No me pude negar, pues era la costumbre, y desde entonces, aunque he tenido aventuras con otras prótesis, con ninguna he sido tan feliz. El primer amor es el primer amor.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011

1.997 – Isla Isabel

javier_ximens  Era hermosa de cintura para arriba, quizás la más lozana de las mozas, pero una enfermedad infantil le había dejado las piernas quebradas. En la treintena tuvo un hijo. Su padre dijo que la había forzado un vagabundo que pasó la noche en el pajar. Nadie vio al forastero. Su madre calló. Isabel, sin embargo, anheló el hijo.
Cuando las mujeres de rosario le quitaron el niño fruto del pecado y lo entregaron en el hospicio de Talavera, ella se marchó a dos leguas de la aldea y se puso a llorar. Poco a poco se fue formando una laguna a su alrededor. En el centro, donde Isabel soportaba su pena, brotó una isla de sal. Allí vivió muchos días, los pájaros le llevaban la comida y el rocío el agua. Los escasos vecinos que pensaron en ir a socorrerla desistieron para no desatar la ira y ser también desmembrados del pueblo.
Un día dejó de llorar. Ante el recelo de que desapareciera la laguna, las frecuentes oraciones y el sacar a pasear los santos trajeron las lluvias. Diluvió. Al descampar, Isabel no estaba. La isla permanece. Espera.

Javier Ximens
http://ximens-montesdetoledo.blogspot.com.es/2014/05/isla-isabel.html

1.996 – Terapia

jose-maria-merino2  «Un pequeño huerto, cavar la tierra, abonarla, plantar, regar, recoger la cosecha. Esos ejercicios serían también muy beneficiosos para usted», le aconsejó el doctor mientras le entregaba el tratamiento contra el estrés.
El primer año comió unos tomates deliciosos. El segundo año se pasaba las jornadas de la bolsa recordando sus tareas dominicales, las plantas de fresas, los calabacines en flor, las lombardas, según la estación.
Pero un domingo de abril se quedó quieto, y luego se sentó entre los surcos. El lunes ya había arraigado. Produce pimientos en el brazo izquierdo y berenjenas en el derecho. No necesita mucho riego.

José María Merino
Por favor, sea breve. Ed. Páginas de espuma. 2001

1.995 – Perplejidad

Raul_brasca  La cierva pasta con sus crías. El león se arroja sobre la cierva, que logra huir. El cazador sorprende al león y a la cierva en su carrera y prepara el fusil. Piensa: si mato al león tendré un buen trofeo, pero si mato a la cierva tendré trofeo y podré comerme su exquisita pata a la cazadora.
De golpe, algo ha sobrecogido a la cierva. Piensa: si el león no me alcanza ¿volverá y se comerá a mis hijos? Precisamente el león está pensando: ¿para qué me canso con la madre cuando, sin ningún esfuerzo, podría comerme a las crías?
Cierva, león y cazador se han detenido simultáneamente. Desconcertados, se miran. No saben que, por una coincidencia sumamente improbable, participan de un instante de perplejidad universal. Peces suspendidos a media agua, aves quietas como colgadas del cielo, todo ser animado que habita sobre la Tierra duda sin atinar a hacer un movimiento.
Es el único, brevísimo hueco que se ha producido en la historia del mundo. Con el disparo del cazador se reanuda la vida.

Raúl Brasca
Por favor, sea breve. Ed. Páginas de espuma. 2001

1.994 – La francesa

adolfo bioy casares  Me dice que está aburrida de la gente. Las conversaciones se repiten. Siempre los hombres empiezan interrogándola en español: «¿Usted es francesa?» y continúan con la afirmación en francés: «J’aime la France». Cuando, a la inevitable pregunta sobre el lugar de su nacimiento ella contesta «Paris», todos exclaman: «Parisienne!», con sonriente admiración, no exenta de grivoiserie como si dijeran «comme vous devez être cochonne!». Mientras la oigo recuerdo mi primera conversación con ella: fue minuciosamente idéntica a la que me refiere. Sin embargo, no está burlándose de mí. Me cuenta la verdad. Todos los interlocutores le dicen lo mismo. La prueba de esto es que yo también se lo dije. Y yo también en algún momento le comuniqué mi sospecha de que a mí me gusta Francia más que a ella. Parece que todos, tarde o temprano, le comunican ese hallazgo. No comprenden -no comprendemos- que Francia para ella es el recuerdo de su madre, de su casa, de todo lo que ha querido y que tal vez no volverá a ver.

Adolfo Bioy Casares
Por favor, sea breve. Ed. Páginas de espuma. 2001

1.992 – Sin que le temblara…

espido_freire  Sin que le temblara la mano le tendió el correo. Su mujer dejó caer la carta y ahogó un sollozo. Durante toda la tarde lloró por su madre muerta. Cuando logró que se acostara para descansar un poco, él abrió el cajón y, con una sonrisa, se probó la corbata de luto que guardaba desde hacía tanto tiempo.

Espido Freire
Cuentos malvados. Paginas de espuma. 2010

1.991 – La última carta

alonsoibarrola  Antes de subir al cadalso, le preguntaron al desgraciado si deseaba escribir algún mensaje, alguna carta. Contestó afirmativamente y le trajeron a su celda papel, pluma y tintero. Se sentó en el taburete, apoyó los brazos en la tosca mesa y, pluma en ristre, quedó mirando fijamente a un punto determinado de una de las mugrientas paredes de la celda. Los guardianes, impacientes, carraspearon… El condenado, absorto, no parecía estar muy inspirado. Mordisqueaba la pluma… De repente, empezó a escribir algo, pero pronto lo dejó. «Lo siento», dijo al alzarse del taburete, a manera de excusa por haberles hecho perder el tiempo. Sin mediar palabra, el grupo compuesto por el condenado, los guardianes y el capellán iniciaron la marcha, por el largo corredor, hacia el patíbulo que se alzaba en el patio central. Un carcelero se quedó junto a la celda y no pudo reprimir su curiosidad. Echó un vistazo a las líneas escritas por el reo. «Muy señor mío: En contestación a su atta. del…». Y nada más. Dedujo que el reo no había podido recordar la fecha.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/