2.015 – Verano 6

millas23  Estaba dando una cabezada después de comer, cuando se acabó el mundo, aunque sobrevivimos a la catástrofe mi pierna derecha y yo. El paisaje era desolador, pero la pierna parecía feliz recorriendo a la pata coja los escombros de la cultura. Toda su vida, aseguraba, no había deseado otra cosa que sentirse libre del resto del organismo para dar saltos a su antojo. Yo admiraba su capacidad de adaptación, pues personalmente sentía que me faltaba algo sin el cuerpo. Ahora era indoloro, incoloro e insípido, y no es que echase en falta las migrañas anteriores al desastre, pero sí la capacidad de tocar, de oler, y las sensaciones de frío y de calor. Un día le pedí que me dejara instalarme dentro de ella, y no dijo que no. Enseguida recuperé el sabor del tacto y de la violencia. Dejaba que el viento peinara mis pelillos y daba patadas existenciales a las piedras. Una vez que uno se habitúa al cuerpo, es muy difícil vivir sin él. No debe de pasar lo mismo con el alma, porque a los pocos días la pierna empezó a quejarse de mi presencia. Por lo visto, le había ido imponiendo unas pautas de conducta con las que no estaba de acuerdo. «Antes -dijo-, dormía cuando quería, como todas las piernas, pero desde que te llevo dentro has impuesto unos horarios muy rígidos, la verdad, no te aguanto.» No era sólo eso, sino que conmigo se había introducido en la carne la moral, y el pie, de súbito, se había vuelto puntilloso. No le parecían bien algunas cosas. En cuanto a los dedos, se habían hecho ateos o creyentes, incluso agnósticos, y discutían todo el rato. Hacíamos mala combinación, en fin, mi pierna y yo, de modo que me salí de ella con lástima, y en ese momento desperté de una siesta pegajosa, pero tardé aún dos o tres horas en entrar en el cuerpo. Cuando lo conseguí, me sentí rechazado por él. Y con razón.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011