1.953 – La vanidad de los dioses

_JU17161  En la trasera de Alameda, casi esquina con Hidalgo, frente a la tapia larga del Taller de autos Galarza, donde garantizado te cambian la luna del parabrisas en sólo una hora, hay una tabernita que frecuentan los dioses. En ella se disputan la autoría de los animales, la noche y el viento, se prestan con vuelta sus libros sagrados, y se agarran a trompadas, ya borrachos.
Subidos a las mesas, alardean de su obra y comparan sus paraísos terrenales. Truenan vociferantes quién tiene más fieles y quién más ministros, a la gloria de cuál se levantan los templos más altos, pero también de quién abjuran los viejos con más frecuencia.
¡A mí me pintó Miguel Ángel!, grita uno de ellos haciendo callar a los otros, pero luego necesita ayuda para salir del retrete, ese cuyo pestillo nunca ha terminado de funcionar bien.
Hacen entonces milagros, multiplican los panes y la ensaladilla, y convierten el vino en vino mejor. Luego cantan abrazados y salvan con dificultad los dos escalones que llevan a la calle. A menudo prolongan la discusión en la puerta de la tabernita molestando a los vecinos, que les arrojan agua desde sus balcones para,ahuyentarlos. Y así, empapados pero satisfechos, regresan a sus casas por las calles desiertas de la ciudad, rodeados de la más terrible soledad.
Los dioses caminan en tales ocasiones sin prisa, porque saben que nadie les aguarda en ellas.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

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