2.208 – Engaños

leon_de_aranoa  Empezó engañando a su mujer, un poquito cada día. Al besarla por la mañana en la frente, al decirle mi vida cuando no lo era (nunca lo fue). La engañaba al pasear con ella de la mano por el barrio, al caer la tarde.
Engañar a sus vecinos le resultó aún más fácil. Sonreírles en el ascensor, interesarse por su salud y acariciar la cabeza a sus hijos, que hay que ver lo altos que están ya. Evitaba en tales ocasiones verse reflejado en el espejo, para no advertir el leve desafecto de sus gestos, y ahuyentar así el temor irracional que le causaba reconocer en él a un extraño.
Engañaba a sus compañeros de trabajo, a sus jefes, a sus inmediatos subordinados. Engañaba a Marga, su secretaria, cada vez que se encontraba con ella en el parking B7 del gran edificio de oficinas al terminar la jornada. Mentían sus labios al besarla, eran falsas las promesas que le hacía, falsas las manos sobre sus pechos y la rutina del sexo entre ellos.
Engañaba a diario, con tenacidad laboral. A su madre y a sus hermanos, a sus amigos, a su perro. Engañaba a cuantos saludaba con amabilidad las mañanas de los sábados, en un parque próximo, cuando lo sacaba a pasear.
Hasta que una mañana, frente al espejo, se engañó a sí mismo. Engañándose a sí mismo, descubrió maravillado, engañaría de una sola vez a todos.
Lamentó no haberse dado cuenta antes por el enorme esfuerzo que se habría ahorrado, pero ya era tarde: no se creyó.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

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