Maniquí

angel guacheLas dependientas la llamaban Patricia y era maniquí en uno de los escaparates de un comercio familiar. Yo iba a verla varias veces al día. Me parecía la más bella, siempre sonriente y delicada. Los focos la iluminaban como a una rosa de coral en un acuario. A mis diez años, os juro, amigos, que la amé. Con un amor platónico y desesperado a un tiempo. Hasta que un día vi cómo la desvestían y la desmontaban, le quitaban los brazos para cambiarle la ropa. A partir de aquel día ingrato, empecé a amar a las niñas de mi edad.
Hoy la vi en un almacén trastero, en los fondos de aquel comercio familiar, entre otros maniquíes rotos, cajas de ropa vieja, alfombras raídas, frascos de añejos perfumes, polvorientos juguetes pasados de moda, bicicletas oxidadas y numerosos cachivaches atacados por el tiempo. Habían pasado cuarenta años, se dice pronto: cuarenta años, estaba rota y sin peluca ni brazos. Y era la viva imagen del tiempo que huye y todo lo destroza, incluidos los sueños.

Ángel Guache

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